Empresarios ‘resilenciados’

Nos gustaría reflexionar sobre una especie en vías de extinción: los empresarios españoles. El cambio climático económico amenaza su supervivencia mientras los responsables de nuestra economía desarrollan frenéticamente normas que sólo suponen un mayor lastre en su gestión y no aportan el más mínimo rayo de luz en el oscuro túnel en el que nos adentramos.
Igual que en el mundo de la moda se introducen cada temporada distintos modelos, en los artículos de opinión y en las escuelas de negocio cada cierto tiempo emergen nuevos términos para denominar conceptos ya conocidos.
Uno de estos “palabros“, la resiliencia, aparece últimamente en múltiples artículos de expertos, y como somos como somos, acaba utilizándose por muchos de nosotros sin ningún sonrojo para parecer más leídos y más modernos.
La resiliencia se define como la capacidad de adaptación a situaciones adversas, aunque a algunos nos parezca que es la adaptación a un concepto cursi del muy hispano concepto de aguantar lo que te echen.
Esta capacidad de aguante es innata a un porcentaje elevado de los españoles, que de no incorporarla en su ADN es probable que cada cierto tiempo se hubieran rebelado contra incompetentes, corruptos o contra el vecino de al lado.
Entre esta tendencia a la Santa Paciencia, destacamos la genética de los empresarios y los directivos españoles, que tras sobrevivir a las crisis sufridas en los últimos doce años han demostrado ser prácticamente la última especie indestructible sobre la Tierra.
Cualquier empresario o directivo con responsabilidades de gestión necesita desarrollar en su vida profesional un permanente ejercicio de análisis, anticipación y capacidad de gestión de crisis.
Esta combinación de valores positivos, que permite la generación de valor añadido y la creación de empleo, debe convivir desde hace muchos años con un entorno de políticos iluminados capaces de pronosticar, antes de que caigamos en el abismo, por ejemplo, que nuestro sistema financiero es más fuerte que los bancos suizos, que el sector inmobiliario aterrizará suavemente, aunque sea sobre un bosque de pinos, que no tendremos más de dos o tres casos de coronavirus y que tras derrotarlo en el mes de julio saldremos más fuertes…
Cualquier empresario que fiase el futuro de su empresa a esta visión preclara de la evolución de la economía hace tiempo que estaría pidiendo limosna en una esquina. Creo que no es posible imaginar pronósticos más fatuos, menos sinceros o más torpes. Y lo que es peor, sin ningún tipo de responsabilidades.
El empresario “resilenciado” ha aprendido a navegar en aguas revueltas, a sospechar que los barcos amigos en realidad pueden ser barcos piratas, a planificar la derrota de su embarcación contando con las innumerables lapas administrativas que parasitarán su casco y, como superviviente, a no creer ni una palabra de los pronósticos de abogados, filósofos o doctores en economía que jamás han trabajado en el mundo empresarial ni han arriesgado sus dineros más allá de jugarse un café a los chinos.
Los empresarios españoles han sobrevivido a cataclismos financieros, al asalto fiscal de sus negocios, a la normativa caprichosa de políticos de paso y a las pandemias terribles y simultáneas del coronavirus y de la estulticia.
Con todo en contra, sin ningún apoyo, bajo la sospecha permanente de políticos y tertulianos iletrados y dogmáticos, el ejercicio de su actividad excede la palabra de moda, la resiliencia, para alcanzar grados de heroicidad y cierta locura. Porque locura es arriesgar el dinero y la vida frente a corrientes que incentivan el mínimo esfuerzo y la cobertura de papá Estado. Porque hay que ser un héroe para avanzar en una selva de inconvenientes y tramas burocráticas que perjudican la competitividad y lastran las probabilidades de nuestras empresas. Los empresarios son generadores de empleo para las estadísticas de políticos que ni siquiera son capaces de dar de alta a sus cuidadores.
La responsabilidad que aplasta día a día sus espaldas, bajo el peso del futuro incierto de sus empresas, de sus empleados, de sus proveedores y clientes, les convierte en héroes modernos en unas circunstancias económicas abrumadoras.
Teniendo claras sus prioridades de supervivencia y adaptación, se desayunan cada día con noticias alarmantes sobre la falta de visión, de prioridades, de urgencia y de responsabilidad de quienes tienen la obligación de amortiguar los efectos de esta nueva crisis y eligen consolidar su poder aunque sea sobre un escenario en ruinas.
Héroes o locos, pero imprescindibles. Su genética “resiloquesea” nos enseña el valor de levantarse y afrontar los graves problemas, de anticipar circunstancias adversas, de navegar tempestades y de volver cada día con ilusión al trabajo. Sus empresas son su vida y muchos las consumen con tal de que éstas pervivan.
Estos valores que algunos consideran obsoletos son los que permiten mantener y crear empleo, ganar mercados internacionales, liderar sectores económicos de alto valor añadido, como el sector hotelero español, innovar, competir, permanecer. No generan titulares, no son tan “chulos” como los deseos de cambio de los modelos productivos diseñados en despachos en los que se trabaja de nueve a dos de la tarde. Pero mantienen vivo nuestro país, contra viento y marea.
Por todo ello, deseamos transmitir en estos difíciles momentos, a todos los empresarios españoles, nuestra solidaridad y comprensión en esta difícil etapa, sabiendo que también en estas circunstancias “aguantarán lo que les echen”, aunque algunos lo llamen resiliencia.

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